París, 29 de marzo de 1845
Soy el mismo, como antes, enemigo declarado de la realidad
existente, sólo con esta diferencia: que he cesado de ser teórico, que he
vencido, en fin, en mí, la metafísica y la filosofía, y que me he arrojado
enteramente, con toda mi alma, en el mundo práctico, el mundo del hecho real.
Créeme, amigo, la vida es bella; ahora tengo pleno derecho a
decir eso, porque he cesado hace mucho de mirarla a través de las
construcciones teóricas y a no conocerla más que en fantasía, porque he
experimentado efectivamente muchas de sus amarguras, he sufrido mucho y he
caído a menudo en la desesperación.
Yo amo Pablo, amo apasionadamente: no sé si puedo ser amado
como yo quisiera serlo, pero no desespero; sé al menos que tiene mucha simpatía
hacia mí; debo y quiero merecer el amor de aquella a quien amo, amándola
religiosamente, es decir, activamente; ella está sometida a la más terrible y a
la más infame esclavitud y debo liberarla combatiendo a sus opresores y
encendiendo en su corazón el sentimiento de su propia dignidad, suscitando en
ella el amor y la necesidad de la libertad, los instintos de la rebeldía y de
la independencia, recordándole el sentimiento de su fuerza y de sus derechos.
Amar es querer la libertad, la completa independencia de
otro; el primer acto del verdadero amor es la emancipación completa del objeto
que se ama; no se puede amar verdaderamente más que a un ser perfectamente
libre, independiente, no sólo de todos los demás, sino aun y sobre todo de
aquel de quien se es amado y a quien se ama.
He ahí mi profesión de fe política, social y religiosa, he
ahí el sentido íntimo, no sólo de mis actos y de mis tendencias políticas, sino
también, en tanto que puedo, el de mi existencia particular e individual;
porque el tiempo en que podrían ser separados esos dos géneros de acción está
muy lejos de nosotros; ahora el hombre quiere la libertad en todas las
acepciones y en todas las aplicaciones de esa palabra, o bien no la quiere de
ningún modo; querer la dependencia de aquel a quien se ama es amar una cosa y no
un ser humano, porque no se distingue el ser humano de la cosa más que por la
libertad; y si el amor implicase también la dependencia, sería lo más peligroso
e infame del mundo, porque sería entonces una fuente inagotable de esclavitud y
de embrutecimiento para la humanidad.
Todo lo que emancipa a los hombres, todo lo que, al hacerlos
volver a sí mismos, suscita en ellos el principio de su vida propia, de su
actividad original y realmente independiente, todo lo que les da la fuerza para
ser ellos mismos, es verdad; todo el resto es falso, liberticida, absurdo.
Emancipar al hombre, he ahí la única influencia legítima y bienhechora.
Abajo todos los dogmas religiosos y filosóficos —no son más
que mentiras—; la verdad no es una teoría, sino un hecho; la vida misma es la
comunidad de hombres libres e independientes, es la santa unidad del amor que
brota de las profundidades misteriosas e infinitas de la libertad individual.
Miguel Bakunin (1814-1876), nacido dentro de una familia
aristocrática rusa, recorrió Europa como militante y como exiliado, fue uno de
los fundadores de la Asociación Internacional de Trabajadores o Primera
Internacional y escribió varios de los libros más importantes del pensamiento
anarquista, entre los que se destaca “Dios y el Estado”. Este fragmento de una
carta a su hermano Pablo, fechada en París el 29 de marzo de 1845, fue
publicado en “El amor libre: la revolución sexual de los anarquistas”, Rodolfo
Alonso Editor, Buenos Aires, 1973. (Extraído de la compilación de Osvaldo
Baigorria, “El Amor Libre: Eros y Anarquía”, Buenos Aires, 2006).