Se fueron los monos blancos, se
fueron los solidarios europeos, latinos, asiáticos, africanos de los primeros
días del levantamiento zapatista; se fueron los perredistas, se fueron los de
la izquierda “políticamente correcta”, éstos se fueron a votar por cambiar el
sistema desde dentro, dejaron a los zapatistas “solos”, en el silencio, los
dieron por muertos. Era la izquierda partidista, la izquierda del sistema, los
acólitos de las elecciones, la izquierda bonita, pues, la que le gusta oler
tulipanes rojos y contar billetes verdes desde la comodidad de los puestos de
“elección popular”; nos quedamos los desarrapados, los radicales, los 132, los
macheteros, los cheranenses, los de las policías comunitarias, los de las
normales rurales, los de La Otra Campaña, los que nunca dejamos sólos al
silencio y los que nos empeñamos en tejer fantasías desde los territorios de
los ideales revolucionarios, pues; y el silencio siguió creciendo,
fortaleciéndose en las barricadas de la organización y en las comunas de la resistencia,
y el silencio se hizo grande, tan grande que se fotaleció en Atenco, en Cherán,
en la APPO, en Ostula, en Acteal, en Aguas Blancas, en el Charco, en el Bosque,
en Wirikuta, en las universidades públicas y también privadas, en el Zócalo y
en el Monumento a la revolución, y en tantos lugares, y estalló el silencio
como un movimiento telúrico en las calles de Ocosingo, en San Cristóbal, en Las
Margaritas, en las montañas de Chiapas, y ahora no hay nadie que calle ese
silencio, porque los nadies, los más pequeños, los olvidados, los marginados,
el leperaje, la plebe, la pueblada, ha recibido una bocanada de aire fresco con
el silencio incontenible de los zapatistas