Rodrigo Quesada M.
El amor libre que predica Emma
Goldman no es igual al amor promiscuo. Lo más natural que tiene un ser humano
es su sexualidad, por eso todo tipo de organización social es anti-natural,
porque la naturaleza no conoce de organizaciones para darle paso a los mecanismos
auto-reproductivos más fluidos y perfectos que el hombre pueda imaginar. Toda
institución diseñada para controlar la espontaneidad de la naturaleza está
condenada al fracaso o a la destrucción de la naturaleza misma. Y en esa
dirección no hay nada más libre que el amor. La propuesta del amor libre hecha
por los anarquistas tiene que ver particularmente con la más sencilla, y al
mismo tiempo la más complicada de las escogencias que hace cualquier ser humano
en cualquier parte del mundo, en todo momento; nos referimos a la pareja con
quien desea unirse, o al amigo o amiga con quien quisiera compartir sus más
profundos y acendrados ensueños. Curiosamente, en las relaciones que Emma
Goldman tuvo con algunos de sus camaradas de lucha, las peleas y desacuerdos
por celos amargaban el posible proyecto de vida que pudiera haber construido
con ellos. A Johan Most lo agredió en público con un látigo, en un arrebato de
cólera, porque el dirigente alemán se había dedicado desde su revista a difamar
a Alexander Berkman, compañero de Emma en prisión, acusado de conspiración para
asesinar a un empresario cuyos guardaespaldas habían ultimado a tiros a nueve
trabajadores en huelga (1).
Berkman sería condenado a
veintidos años de prisión que, con sus veintiún años de edad, iban a
representar lo mejor de su vida en el encierro de una asquerosa prisión de
Pennsylvania. Sólo cumplió catorce de la condena, pero esta reducción de la
pena se le debía en gran parte a la extraordinaria labor que Emma Goldman había
hecho en todos los sectores sociales y políticos de los Estados Unidos, para
lograr tal propósito. Llegó a impartir a veces hasta 150 conferencias en un
año, para recaudar fondos y pagar abogados, sobornos y otras regalías que le
permitieran a su compañero salir antes de lo planeado. La pasión con que Emma
Goldman conducía sus relaciones personales casi siempre terminaban en fuertes
altercados. Most, desde el momento en que ella le indicó claramente que no
quería nada con él, reaccionó de una forma en absoluto incoherente con sus
creencias anarquistas, supuestamente apoyadas en la tolerancia y jamás en la
clásica posesión burguesa que tanto criticaba. Los celos que Most llegó a
sentir por Berkman lo llevaron al extremo de acusarlo de incompetente para el
terrorismo individual, una acusación que en los medios políticos anarquistas de
la época, era en extremo insultante. La amistad, la solidaridad, el
compañerismo, la lealtad y una total entrega a la causa de la redención de los
seres humanos, de su muchas veces inconsciente opresión constituían algunos de
los ingredientes de esa seductora forma de vida que los anarquistas como Emma
Goldman llamaban amor libre. En prisión, en la isla de Blackwell's Island,
donde estuvo encerrada cerca de un año por incitación a la violencia, Emma
logró hacerse de una gran cantidad de amigas y amigos, como el Dr. White, un
noble personaje que la introdujo en los asuntos de la enfermería,
actividad para la cual Emma dedicaría
una parte importante de su vida (2).
Pero fueron las prisioneras,
mujeres humilladas y explotadas de una manera atroz por un sistema
penitenciario primitivo y devastador, quienes terminarían siendo sus mejores
compañeras de encierro. Puesta al frente de los talleres de costura de la
prisión y a cargo de la enfermería, la prisionera Emma Goldman tuvo
enfrentamientos serios con los administradores de aquella, sobre todo cuando se
le exigía la sobreexplotación de sus compañeras. Siempre que se negó terminó en
el calabozo, un lugar apestoso e inmundo donde Emma irremisiblemente empeoraría
de su reumatismo. Estaba visto que su experiencia en la prisión, le haría
valorar con mucha más claridad la enorme importancia de las prisiones para el
sistema burgués. El amor libre, el amor que se da sin ataduras, al amigo, al
compañero, al amante, sin convencionalismos o limitaciones de ninguna especie,
tenía que saltar por encima de cualquier tipo de encierro. Por eso le
resultaban detestables las prisiones, como a P. Kropotkin (1842-1921), a quien
logró entrevistar en unas dos o tres ocasiones (3), interesada en el balance que pudiera haber hecho el viejo y
brillante pensador ruso sobre la revolución
bolchevique y el futuro que les esperaba a los anarquistas como él en la
Rusia del mañana.
Toda forma de rebeldía había
encontrado siempre un destino siniestro: el hospital para enfermos mentales o
la prisión, como nos indicaba Foucault (1926-1984) (4). Y tratándose de mujeres
el asunto había sido aún más represivo, puesto que la hoguera, el potro o el descuartizamiento público, habían
sido los instrumentos con que el poder fálico destruía sus intentos de
emancipación (5).
El amor libre, como lo entendían
Emma y sus camaradas, tenía que ser una fuerza, un conjunto de acciones
mediante las cuales las personas involucradas fueran capaces de liberarse
mutuamente, jamás podía ser una actitud contemplativa, solo reflexiva y
racionalista. Para que en realidad terminara siendo una fuerza incontrolable,
el amor libre debería ser libre amor, es decir un sentimiento, una emoción
capaz de remover todos los obstáculos imaginables que se pudieran poner en su
camino, como hubiera hecho Emma para apoyar en todo momento, en las buenas y en
las malas, a su entrañable compañero Sasha Berkman (6).
Resulta entonces muy difícil entender
eso que Emma llamaba amor libre, si nos limitamos a definirlo únicamente a
partir de sus aristas sexuales o pasionales. Ella confiesa con mucha
insistencia, en su correspondencia, en sus discursos y en algunos de sus
ensayos, la urgencia de que el amor libre sea visto de esa manera y no de otra
(7). Es decir que, para Emma Goldman el amor libre no se expresa sólo a través
de la cantidad de amantes que una persona pueda haber tenido en su vida, sino
en virtud de la riqueza emocional, que esa persona en particular, a la que se
le han dado todos nuestros sueños y esperanzas, es capaz de producir en el
proyecto general de nuestra existencia (8).
Era el amor por Sasha, y su
triste condición de presidiario joven, el que hacía que Emma viera a sus
compañeras de prisión, como hermanas sufrientes y valiosas en la lucha por la
vida. La misma que le hizo aceptar con tolerancia y sentido de la creatividad
anarquista, su amistad con el capellán de la cárcel donde estaba. Porque se
requería creatividad acercarse a un cura católico con un mayor grado de
vulnerabilidad, que a los rabinos con los que tuvo contacto. Esa vulnerabilidad
poderosa fue la que hizo que Emma, en muchas ocasiones, no negara
explícitamente la existencia del Dios católico, y manifestara sistemáticamente
un ateísmo ambiguo, más parecido a un cierto tipo de agnosticismo escolástico
que a una incredulidad absoluta. Por eso a veces, uno la ve más cerca de
Tolstoi que de Bakunin.
La duda sistemática, de fuerte
sabor ilustrado, hace que el anarquismo de Emma incruste sus raíces en las
ideas de una pensadora como Mary Wollstonecraft (1759-1797), madre de Mary
Shelley (1797-1851), creadora del emblemático personaje del monstruo de
Frankenstein, y una de las pioneras (la primera Mary no la segunda) en atreverse
a hablar del amor libre, de la solidaridad, de la amistad, y del profundo
respeto por el ser humano que la Ilustración francesa promovería en su momento
(9).
La rebelión que trajo consigo el
aflojamiento de las amarras sexuales impuestas sobre las mujeres de la
burguesía, no fue el producto de un gesto patibulario incoherente y sin
dirección. La rebeldía sexual era un instrumento muy efectivo para que, al
recuperar el control de su propio cuerpo, las mujeres le hicieran ver al mundo
la posibilidad de acercarse a los otros sin manipulación y mercantilización de
las emociones más valiosas de que son portadores los seres humanos. Las
distintas dimensiones del amor libre, emergían así entonces, con una claridad
positiva, puesto que reducir el amor a la simple humedad de un acto sexual, era
quitarle todo su poder expresivo a un poema, una canción o un estrechamiento de
manos. No olvidemos que durante la era victoriana, las mujeres tenían todos
estos ingredientes debidamente reglamentados,
para que la disciplina social, el buen gusto y las buenas maneras no se
perdieran. Recordemos que a las mujeres se les decía hasta cómo debían
sentarse, qué hablar y cuáles silencios eran oportunos. Entonces, la rebeldía
sexual en este caso no fue sólo una recuperación del cuerpo, fue también una
conquista del espacio de privacidad, de vida íntima y libertad individual a que
todo ser humano tiene derecho. Que las mujeres de la burguesía victoriana
hubieran iniciado este proceso, es sólo el resultado de que su condición económica,
social, política y cultural lo hacía rápidamente posible, sin que por ello las mujeres de las clases
trabajadoras, más conservadoras, religiosas y explotadas, hubieran tenido una
participación de menor beligerancia e impacto.
El puritanismo, la moralidad
gazmoña, y la estupidez clerical parecían ser las más odiadas amarras que una
idealista y una rebelde como Emma quería deshacer, sobre todo cuando eran las
mujeres las que más atadas estaban por ellas. Escribió, conferenció
activamente, y participó en cuanto mitin le fue posible para combatir un
conjunto de valores que sólo beneficiaban a unos pocos, y dejaban a la gran
mayoría en el más absoluto desamparo espiritual y material.
La santurronería de la burguesía
norteamericana de la época era para Emma Goldman, uno de los dispositivos más
esenciales para comprender el falso recato que desplegaban algunas
instituciones, como la Iglesia Católica, en lo que concernía a las
posibilidades reales de que las mujeres participaran activamente en la vida política
de ese país, los Estados Unidos. Emma consideraba que el fetichismo al que eran
propensas particularmente las mujeres,
las hacía más vulnerables al menú ideológico que se les quería vender, pero
entre 1887 y 1936 ella probó que era factible otro tipo de acercamiento a la
combatividad que eran capaces de desplegar las mujeres, cuando se trataba de
brindar solidaridad y verdadero apoyo a causas que les eran entrañables.
La beligerancia organizativa de
los anarquistas en aquella guerra es un capítulo espléndido de la historia del
siglo XX, puesto que en ella las mujeres desarrollaron un nivel de compromiso y
de entrega realmente excepcional. Resultará a todas luces imposible realizar un
balance justo de dicha guerra sin mencionar la contribución hecha por las mujeres en todos los terrenos: como
diplomáticas, intelectuales, activistas, en la labor de agitación y en las
trincheras propiamente dichas (10).
El amor libre en definitiva probó
ser, según nos lo enseñó Emma Goldman, en la
práctica y en la teoría, un instrumento eficacísimo para el acercamiento
de los hombres y de las mujeres que comparten un mismo ideal: la libertad más
absoluta, sin cortapisas de ninguna especie. Junto a ello, Emma probó también
que no es posible la solidaridad si ésta no tiene además dimensiones
internacionalistas, por eso sus reflexiones y sus acciones contra el
imperialismo y el patrioterismo alcanzaron igualmente alturas de gran
relevancia práctica para el quehacer de los anarquistas.