RutyAndo

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lunes, febrero 16, 2015

Emma Goldman: El amor libre

Rodrigo Quesada M.

El amor libre que predica Emma Goldman no es igual al amor promiscuo. Lo más natural que tiene un ser humano es su sexualidad, por eso todo tipo de organización social es anti-natural, porque la naturaleza no conoce de organizaciones para darle paso a los mecanismos auto-reproductivos más fluidos y perfectos que el hombre pueda imaginar. Toda institución diseñada para controlar la espontaneidad de la naturaleza está condenada al fracaso o a la destrucción de la naturaleza misma. Y en esa dirección no hay nada más libre que el amor. La propuesta del amor libre hecha por los anarquistas tiene que ver particularmente con la más sencilla, y al mismo tiempo la más complicada de las escogencias que hace cualquier ser humano en cualquier parte del mundo, en todo momento; nos referimos a la pareja con quien desea unirse, o al amigo o amiga con quien quisiera compartir sus más profundos y acendrados ensueños. Curiosamente, en las relaciones que Emma Goldman tuvo con algunos de sus camaradas de lucha, las peleas y desacuerdos por celos amargaban el posible proyecto de vida que pudiera haber construido con ellos. A Johan Most lo agredió en público con un látigo, en un arrebato de cólera, porque el dirigente alemán se había dedicado desde su revista a difamar a Alexander Berkman, compañero de Emma en prisión, acusado de conspiración para asesinar a un empresario cuyos guardaespaldas habían ultimado a tiros a nueve trabajadores en huelga (1).

Berkman sería condenado a veintidos años de prisión que, con sus veintiún años de edad, iban a representar lo mejor de su vida en el encierro de una asquerosa prisión de Pennsylvania. Sólo cumplió catorce de la condena, pero esta reducción de la pena se le debía en gran parte a la extraordinaria labor que Emma Goldman había hecho en todos los sectores sociales y políticos de los Estados Unidos, para lograr tal propósito. Llegó a impartir a veces hasta 150 conferencias en un año, para recaudar fondos y pagar abogados, sobornos y otras regalías que le permitieran a su compañero salir antes de lo planeado. La pasión con que Emma Goldman conducía sus relaciones personales casi siempre terminaban en fuertes altercados. Most, desde el momento en que ella le indicó claramente que no quería nada con él, reaccionó de una forma en absoluto incoherente con sus creencias anarquistas, supuestamente apoyadas en la tolerancia y jamás en la clásica posesión burguesa que tanto criticaba. Los celos que Most llegó a sentir por Berkman lo llevaron al extremo de acusarlo de incompetente para el terrorismo individual, una acusación que en los medios políticos anarquistas de la época, era en extremo insultante. La amistad, la solidaridad, el compañerismo, la lealtad y una total entrega a la causa de la redención de los seres humanos, de su muchas veces inconsciente opresión constituían algunos de los ingredientes de esa seductora forma de vida que los anarquistas como Emma Goldman llamaban amor libre. En prisión, en la isla de Blackwell's Island, donde estuvo encerrada cerca de un año por incitación a la violencia, Emma logró hacerse de una gran cantidad de amigas y amigos, como el Dr. White, un noble personaje que la introdujo en los asuntos de la enfermería, actividad  para la cual Emma dedicaría una parte importante de su vida (2).

Pero fueron las prisioneras, mujeres humilladas y explotadas de una manera atroz por un sistema penitenciario primitivo y devastador, quienes terminarían siendo sus mejores compañeras de encierro. Puesta al frente de los talleres de costura de la prisión y a cargo de la enfermería, la prisionera Emma Goldman tuvo enfrentamientos serios con los administradores de aquella, sobre todo cuando se le exigía la sobreexplotación de sus compañeras. Siempre que se negó terminó en el calabozo, un lugar apestoso e inmundo donde Emma irremisiblemente empeoraría de su reumatismo. Estaba visto que su experiencia en la prisión, le haría valorar con mucha más claridad la enorme importancia de las prisiones para el sistema burgués. El amor libre, el amor que se da sin ataduras, al amigo, al compañero, al amante, sin convencionalismos o limitaciones de ninguna especie, tenía que saltar por encima de cualquier tipo de encierro. Por eso le resultaban detestables las prisiones, como a P. Kropotkin (1842-1921), a quien logró entrevistar en unas dos o tres ocasiones (3), interesada en el  balance que pudiera haber hecho el viejo y brillante pensador ruso sobre la revolución  bolchevique y el futuro que les esperaba a los anarquistas como él en la Rusia del mañana.

Toda forma de rebeldía había encontrado siempre un destino siniestro: el hospital para enfermos mentales o la prisión, como nos indicaba Foucault (1926-1984) (4). Y tratándose de mujeres el asunto había sido aún más represivo, puesto que la hoguera, el  potro o el descuartizamiento público, habían sido los instrumentos con que el poder fálico destruía sus intentos de emancipación (5).

El amor libre, como lo entendían Emma y sus camaradas, tenía que ser una fuerza, un conjunto de acciones mediante las cuales las personas involucradas fueran capaces de liberarse mutuamente, jamás podía ser una actitud contemplativa, solo reflexiva y racionalista. Para que en realidad terminara siendo una fuerza incontrolable, el amor libre debería ser libre amor, es decir un sentimiento, una emoción capaz de remover todos los obstáculos imaginables que se pudieran poner en su camino, como hubiera hecho Emma para apoyar en todo momento, en las buenas y en las malas, a su entrañable compañero Sasha Berkman (6).

Resulta entonces muy difícil entender eso que Emma llamaba amor libre, si nos limitamos a definirlo únicamente a partir de sus aristas sexuales o pasionales. Ella confiesa con mucha insistencia, en su correspondencia, en sus discursos y en algunos de sus ensayos, la urgencia de que el amor libre sea visto de esa manera y no de otra (7). Es decir que, para Emma Goldman el amor libre no se expresa sólo a través de la cantidad de amantes que una persona pueda haber tenido en su vida, sino en virtud de la riqueza emocional, que esa persona en particular, a la que se le han dado todos nuestros sueños y esperanzas, es capaz de producir en el proyecto general de nuestra existencia (8).

Era el amor por Sasha, y su triste condición de presidiario joven, el que hacía que Emma viera a sus compañeras de prisión, como hermanas sufrientes y valiosas en la lucha por la vida. La misma que le hizo aceptar con tolerancia y sentido de la creatividad anarquista, su amistad con el capellán de la cárcel donde estaba. Porque se requería creatividad acercarse a un cura católico con un mayor grado de vulnerabilidad, que a los rabinos con los que tuvo contacto. Esa vulnerabilidad poderosa fue la que hizo que Emma, en muchas ocasiones, no negara explícitamente la existencia del Dios católico, y manifestara sistemáticamente un ateísmo ambiguo, más parecido a un cierto tipo de agnosticismo escolástico que a una incredulidad absoluta. Por eso a veces, uno la ve más cerca de Tolstoi que de Bakunin.

La duda sistemática, de fuerte sabor ilustrado, hace que el anarquismo de Emma incruste sus raíces en las ideas de una pensadora como Mary Wollstonecraft (1759-1797), madre de Mary Shelley (1797-1851), creadora del emblemático personaje del monstruo de Frankenstein, y una de las pioneras (la primera Mary no la segunda) en atreverse a hablar del amor libre, de la solidaridad, de la amistad, y del profundo respeto por el ser humano que la Ilustración francesa promovería en su momento (9).

La rebelión que trajo consigo el aflojamiento de las amarras sexuales impuestas sobre las mujeres de la burguesía, no fue el producto de un gesto patibulario incoherente y sin dirección. La rebeldía sexual era un instrumento muy efectivo para que, al recuperar el control de su propio cuerpo, las mujeres le hicieran ver al mundo la posibilidad de acercarse a los otros sin manipulación y mercantilización de las emociones más valiosas de que son portadores los seres humanos. Las distintas dimensiones del amor libre, emergían así entonces, con una claridad positiva, puesto que reducir el amor a la simple humedad de un acto sexual, era quitarle todo su poder expresivo a un poema, una canción o un estrechamiento de manos. No olvidemos que durante la era victoriana, las mujeres tenían todos estos ingredientes debidamente reglamentados,  para que la disciplina social, el buen gusto y las buenas maneras no se perdieran. Recordemos que a las mujeres se les decía hasta cómo debían sentarse, qué hablar y cuáles silencios eran oportunos. Entonces, la rebeldía sexual en este caso no fue sólo una recuperación del cuerpo, fue también una conquista del espacio de privacidad, de vida íntima y libertad individual a que todo ser humano tiene derecho. Que las mujeres de la burguesía victoriana hubieran iniciado este proceso, es sólo el resultado de que su condición económica, social, política y cultural lo hacía rápidamente posible, sin que  por ello las mujeres de las clases trabajadoras, más conservadoras, religiosas y explotadas, hubieran tenido una participación de menor beligerancia e impacto.

El puritanismo, la moralidad gazmoña, y la estupidez clerical parecían ser las más odiadas amarras que una idealista y una rebelde como Emma quería deshacer, sobre todo cuando eran las mujeres las que más atadas estaban por ellas. Escribió, conferenció activamente, y participó en cuanto mitin le fue posible para combatir un conjunto de valores que sólo beneficiaban a unos pocos, y dejaban a la gran mayoría en el más absoluto desamparo espiritual y material.

La santurronería de la burguesía norteamericana de la época era para Emma Goldman, uno de los dispositivos más esenciales para comprender el falso recato que desplegaban algunas instituciones, como la Iglesia Católica, en lo que concernía a las posibilidades reales de que las mujeres participaran activamente en la vida política de ese país, los Estados Unidos. Emma consideraba que el fetichismo al que eran propensas  particularmente las mujeres, las hacía más vulnerables al menú ideológico que se les quería vender, pero entre 1887 y 1936 ella probó que era factible otro tipo de acercamiento a la combatividad que eran capaces de desplegar las mujeres, cuando se trataba de brindar solidaridad y verdadero apoyo a causas que les eran entrañables.

La beligerancia organizativa de los anarquistas en aquella guerra es un capítulo espléndido de la historia del siglo XX, puesto que en ella las mujeres desarrollaron un nivel de compromiso y de entrega realmente excepcional. Resultará a todas luces imposible realizar un balance justo de dicha guerra sin mencionar la contribución hecha  por las mujeres en todos los terrenos: como diplomáticas, intelectuales, activistas, en la labor de agitación y en las trincheras propiamente dichas (10).


El amor libre en definitiva probó ser, según nos lo enseñó Emma Goldman, en la  práctica y en la teoría, un instrumento eficacísimo para el acercamiento de los hombres y de las mujeres que comparten un mismo ideal: la libertad más absoluta, sin cortapisas de ninguna especie. Junto a ello, Emma probó también que no es posible la solidaridad si ésta no tiene además dimensiones internacionalistas, por eso sus reflexiones y sus acciones contra el imperialismo y el patrioterismo alcanzaron igualmente alturas de gran relevancia práctica para el quehacer de los anarquistas.